El principal problema que se plantea Heidegger es la pregunta por el
ser como algo constitutivo y fundamental de todo quehacer filosófico,
al mismo tiempo que denuncia el olvido de esta cuestión por parte
de los mismos filósofos griegos que iniciaron una investigación
rigurosa sobre el ser. Platón y Aristóteles no lograron
definirlo, sino que oscurecieron su sentido al tratarlo como un ente,
como una "presencia" e, incluso, como una simple cópula:
aquello que define sin definirse a sí mismo.
Heidegger se propone delimitar con precisión los ámbitos
de lo ontológico (ser) y lo óntico (ente), cuya escisión
asimiló al primero, al ser, con la permanencia y la eternidad,
en oposición al carácter sumamente efímero y cambiante
del ente. Esta escisión se pretende eliminar mediante un enraizamiento
del ser en la
temporalidad.
Heidegger
intenta establecer una ontología distinta, una superación
de la metafísica tradicional "olvidadiza" de la
cuestión del ser, mediante una analítica existencial:
es el hombre el que se pregunta por el sentido del ser (Dasein,
ser-ahí) y, por lo tanto, todo estudio de esta cuestión
requiere un examen previo de lo que es el hombre, entendido no de manera
genérica, sino como aquello que abre la visión del ser
y a través del cual se deja oír su voz.
El
Dasein es el hombre, aquel ser que posibilita que el
ser esté presente y pueda ser interpretado, pero no ha de entenderse
como una cosa, sino como un poder-ser, como el lugar en el que se manifiestan
y despliegan sus posibilidades.
Este poder-ser que es el hombre está condicionado por la
facticidad.
El Dasein se despliega en el absurdo de lo dado, lugar que le preexiste
desde siempre y desde el cual se proyecta irrevocablemente más
allá de sí mismo, como forma de realizarse como proyecto:
no es todavía lo que tiene que ser y ha de dejar de ser lo que
ahora es; el hombre es una anticipación de sí mismo
porque es un ser-en-el-mundo.
Más allá de la filosofía de
Husserl, Heidegger
propone volcar la fenomenología en la hermenéutica,
pues aquélla no está libre de prejuicios ni puede considerarse
una descripción neutral y transparente de lo real, ni la propia
conciencia un yo imparcial.
Nuestra propia existencia encarna una determinada representación
e interpretación del mundo. El ser es lenguaje y tiempo, y nuestro
contacto con las cosas está siempre mediado por prejuicios y
expectativas como consecuencia del uso del lenguaje. Cualquier respuesta
a una pregunta acerca de la realidad se halla manipulada de antemano,
ya que siempre existe una
precomprensión acerca de todo
lo que pienso. Esta precomprensión de las cosas produce una circularidad
natural en la comprensión que va de lo incomprendido a lo comprendido,
y que ha sido denominada "círculo hermenéutico".
Por ejemplo, para responder a la pregunta "¿Qué es
una obra de arte?", es necesario saber previamente qué es
el arte, ahora bien, ¿cómo conozco éste si no reconozco
las obras? El círculo hermenéutico no es exactamente un
límite o un error del conocimiento (como condenaría la
lógica clásica y el pensamiento científico) sino
algo intrínseco al hombre e inevitable, pero que se constituye
como una oportunidad que nos permite conocer el todo a través
de las partes y viceversa.
El hombre es un decir inconcluso, un proyecto incompleto que debe asumir
la muerte como fin radical. Estamos
arrojados a un mundo que
es nuestro espacio y posibilidad de realización y , por lo tanto,
puede ser considerado un utensilio, un instrumento que utilizamos
para realizarnos. En la medida en que nos servimos del mundo y lo instrumentalizamos
para nuestras acciones y proyectos, creamos una relación con
él que varía dependiendo no sólo de los condicionantes
históricos y temporales, sino con cada individuo. El hombre crea
mundo, hace mundo, dependiendo del uso y de los fines que lleve a cabo.
Heidegger advierte de los
peligros de la técnica cuando
ésta menoscaba nuestra relación originaria con el ser
y nos hunde en la facticidad de los entes, instrumentalizándonos
a nosotros mismos y dejándonos atrapar por los propios objetos
que hemos creado.
Nuestra existencia es preocupación surgida de la
angustia
de vernos proyectados en un mundo en el que tenemos que ser a nuestro
pesar. Provenimos de una nada y nos realizamos como un proyecto encaminado
hacia la muerte, por eso, la angustia es constitutiva del Dasein, porque
es la condición de un ser caído y solitario que no puede
contar con Dios ni remedio alguno a su condición.
Debemos hacernos responsables de nuestra propia vida, asumir nuestra
propia muerte sin dejarnos fagocitar en nuestra relación con
los objetos y sus funciones. La vida inauténtica nace del ocultamiento
de lo terrible de nuestra condición. La autenticidad consiste,
según Heidegger, en reconocer que somos un
ser para la muerte,
única vía de acceso a la libertad.
Pese al rechazo que ha supuesto su posición política frente
al nazismo, es indudable que Heidegger ha sido uno de los filósofos
más importantes e influyentes en el nuevo panorama de la filosofía
contemporánea, muchas de cuyas corrientes, como el
existencialismo
y la hermenéutica,
se han configurado en un inevitable diálogo con su obra.