En teología cristiana se entiende por gracia divina o gracia santificante un favor o don gratuito concedido por Dios para ayudar al hombre a cumplir los mandamientos, salvarse o ser santo, como también se entiende el acto de amor unilateral e inmerecido por el que Dios llama continuamente las almas hacia Sí.
La gracia en la Biblia
En el Antiguo Testamento implica en primer lugar una actitud magnánima de benevolencia gratuita por parte de Dios que se concreta luego en los bienes materiales que el receptor de tal gracia obtiene.
En el Nuevo Testamento se encuentra la expresión en la Anunciación. Según el relato del evangelista Lucas, el ángel Gabriel al saludar a María habría usado la expresión "llena de gracia". En el resto del evangelio de Lucas se usa sea para referirse
a la cualidad de la personas para poder manifestar la
benevolencia activa por parte de Dios. En el epistolario paulino y en
los Hechos de los Apóstoles se da el sentido de:
- un don que santifica el alma, que se opone al pecado y que Cristo ha merecido para los cristianos
- el evangelio (en contraposición a la ley)
- del poder de predicar y expulsar demonios o hacer milagros
- el apostolado como misión
- las virtudes propias del cristiano
- la benevolencia gratuita por parte de Dios
- actos de amor a los demás (como participar de la colecta para Jerusalén)
- el plan de salvación renovado tras la Resurrección
LA GRACIA EN LA TEOLOGÍA CRISTIANA
El pelagianismo y san Agustín
Pelagianismo. Pelagio
sostenía que todo mal solo podía imputarse a la libertad humana. La
gracia es la acción externa en la historia que lleva al hombre a
responder a Dios teniendo por modelo a Jesucristo. Sin embargo, no
habría gracia “interna” o no se podría sostener una libertad humana si
Dios actúa también en el interior del hombre para moverlo a hacer el
bien.
A esta interpretación se opuso fuertemente San Agustín
quien subrayó el daño del pecado original y la necesidad de la
gracia divina para poder hacer el bien y vivir de acuerdo con los
mandamientos. Esta gracia divina es concedida al hombre sin ningún
mérito de su parte, gratuitamente). Además es consecuencia de la presencia del Espíritu Santo. Sin embargo, la acción de la gracia no suprime la libertad del hombre porque actúa por atracción, por amor.
Teología escolástica
Tomás de Aquino
afirmaba que ni siquiera el primer movimiento de cualquier persona
hacia la conversión es obra de ella misma pues el hombre en la vía de la
justificación (es decir, del perdón de los pecados) no puede nada solo.
Y tal justificación es obra del amor de Dios que no espera a que el
hombre sea inocente para amarlo sino que lo limpia, le ofrece de nuevo
una vida de hijo que implica una transformación y que comienza con la gracia del bautismo y las virtudes infusas y que eleva y mueve al hombre a buscar a Dios y a amarlo.
Juan Duns Scoto Ssepara la
recepción de la gracia y de las virtudes infusas de lo que llama acceptatio divina que es, en un momento posterior, la llamada de Dios por la que el hombre queda justificado antes sus ojos.
En el nominalismo: Es Dios quien escoge a algunas personas y
espera de ellos los actos conformes que les permitan salvarse. Por
tanto, no son necesarios los dones ni la gracia sino la acción correcta,
el obrar según Dios quiere.
Lutero y el Concilio de Trento
Aun cuando Lutero
asumió la tesis de la absoluta libertad de Dios y la no necesidad de
obras para alcanzar la justificación o salvación, usa la teoría de la imputación jurídica de los méritos de Cristo que le permite explicar la acción divina y la colaboración humana sin caer en el pelagianismo. En la teología luterana
la gracia ocupa un lugar privilegiado: el hombre ha sido de tal manera
dañado por el pecado original que no le es posible realizar el bien ni
cuenta con la libertad necesaria para hacerlo. La justificación ocurre
por -sola gratia- sin ningún mérito de parte del hombre al que solo se
pide la fe.
De hecho, los reformadores
acusaban a Roma de haber caído en una forma de semipelagianismo al
subrayar la acción humana que sería necesaria para la salvación. De ahí
que el concilio de Trento
se centrara en la transformación que obra la gracia en el hombre y
afirmara que queda realmente libre del pecado y de
cualquier marca que pudiera causar la reprobación de Dios aun cuando el
hombre deba luchar, con la ayuda de la gracia, todavía contra la concupiscencia. La justificación la ve como un tema cristológico: es la inserción en Cristo, el entrar a ser parte de su cuerpo místico.
La acción de Dios no solo limpia sino que también eleva al hombre: por
tanto, sigue siendo Él la causa eficiente de la justificación. Por parte
del hombre se requiere, según el concilio, no solo la fe sino también
las otras virtudes teologales.
Miguel Bayo
Miguel Bayo
afirmaba que el estado inicial (con los dones y la amistad con Dios)
del hombre era natural. De ahí que el pecado original sea lo mismo, para
él, que la concupiscencia: la naturaleza humana está tan dañada que sin
la gracia, todos los actos humanos son pecados. Sin embargo, el don de
la gracia solo repara esta situación haciendo capaz al hombre de cumplir
los mandamientos pero no lo devuelve a su estado inicial ni lo eleva a
la filiación divina.
De auxiliis
Tras el concilio de Trento y en medio de las controversias con los
luteranos, los teólogos católicos se dedicaron a profundizar en la
noción de gracia y en el modo en que se conjuga la acción de Dios con la
libertad humana en la salvación del hombre. En ese ambiente se
desarrolló una polémica entre escuelas a partir de los escritos del
dominico Domingo Báñez sobre la predeterminación. Algunos miembros de la Compañía de Jesús como Luis de Molina
se opusieron frontalmente a sus teorías y generaron la disputa. Para el
tema de la gracia el punto en discusión dentro de la polémica era la
eficacia de la gracia divina y su relación con la predestinación.
Jansenismo
Aunque se desarrolló al mismo tiempo que la controversia de auxiliis el jansenismo permitió una nueva discusión sobre temas relacionados con la gracia. Jansenio en el Augustinus (1640)
asume parte de las tesis de Bayo sobre la naturaleza humana: la
situación original es la propia del hombre, y, por tanto, la gracia le
es debida. Luego opone de tal manera la naturaleza del hombre caído con
la anterior que no sería posible a tal hombre realizar ninguna obra
buena. Abunda en detalles explicativos de cómo las llamadas “gracias
actuales” (es decir, las necesarias para obrar hic et nunc una obra buena) se dan en el hombre.
Las disputas teológicas sobre el jansenismo se prolongaron con diversas condenas por parte de los Papas hasta 1794. La condenación de las proposiciones de Pascasio Quesnel en la constitución Unigenitus Dei Filius permite a la doctrina católica aclarar que la condición de Adán y Eva con sus dones era sobrenatural.
En el catecismo de la Iglesia católica
El catecismo de 1992 dedica un apartado de la tercera parte a tratar
el tema de la gracia: los números 1996 a 2005. Ofrece una definición:
La gracia es el favor,
el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a
ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina,
de la vida eterna
Subraya además que tal participación es sobrenatural en el sentido de que sobrepasa las posibilidades de la naturaleza humana. A la expresión ya conocida en ámbito teológico de gracia santificante se añade la de gracia divinizadora pues se trata del don de la vida divina al alma del cristiano.
Se habla también (cf. n. 2000) de la distinción entre gracia habitual (el don permanente de esa vida divina que permite la relación con Dios) y gracias actuales
como intervenciones de Dios en el camino de santificación de cada
cristiano, incluso la preparación a recibir este don es también gracia.
Otra distinción (cf. n. 2003) se da entre gracias sacramentales –las que vienen con cada uno de los sacramentos y gracias especiales o carismas que el Espíritu Santo concede para alguna situación particular o para la vivencia de un determinado tipo de vida (la así llamada gracia de estado).
Finalmente el catecismo recuerda que la gracia divina es sobrenatural
y no es “experimentable” por tanto, como afirmó ya el Concilio de
Trento, solo se conoce por la fe, no se puede deducir una justificación o salvación como si fuera un dato empírico.
Teología pentecostal
La gracia no equivale a tratar a una persona de acuerdo a sus méritos, o mejor de lo que merece», «equivale al trato misericordioso sin la más mínima referencia a sus merecimientos. La gracia es amor infinito que se expresa por medio de bondad infinita».
La gracia de Dios hacia los pecadores se ve en el hecho de que Él mismo, por medio de la expiación de Cristo pagó toda la pena por el pecado, por lo cual puede perdonar con justicia
el pecado sin tener en consideración el mérito o demérito del pecador.